Uno de los más célebres pasajes de la novela de Miguel de Cervantes es el capítulo VIII, que narra el encuentro de Don Quijote con los molinos de viento de las llanuras manchegas, contra los que arremete al confundirlos con gigantes, a pesar de las advertencias de Sancho Panza. El caballero, junto con su montura Rocinante, acaba mal parado al ser arrastrado por las aspas del molino.

Todo lo contrario de lo que le ha sucedido al sector eólico español, que figura entre los primeros del mundo. Hoy, los tradicionales molinos manchegos, convertidos en atracción turística, conviven con más de 20.000 ultramodernos aerogeneradores repartidos por más de 1.100 parques eólicos por todo el país, que ya producen el 19% de la electricidad que se consume al año en España. Con 23.484 megavatios, es el quinto país del mundo y segundo en Europa en potencia eólica instalada, si bien no es Castilla-La Mancha, sino Castilla-León (seguida de Galicia) la comunidad autónoma con mayor potencia instalada. La eólica es ya la primera fuente de energía renovable en España, y la segunda del mix energético.

La energía eólica se produce cuando las corrientes de aire horizontales (las verticales no tienen la energía dinámica suficiente) mueven las palas de un aerogenerador. Esa energía cinética (originada por el movimiento) se transmite a una turbina, que la transforma en electricidad. Esta pasa a través de una  línea eléctrica hasta una subestación de distribución de la red, desde donde llega al usuario final. Para poder instalar un parque es necesario que la velocidad media del viento en la zona alcance como mínimo 21 km/h.

España ha sido pionera en el desarrollo de la energía eólica. Después de Grecia, fue el primer país europeo en instalar un parque eólico, en Garriguella (Girona), en abril de 1984. Este despegue industrial temprano, unido a las favorables condiciones geográficas y climáticas del territorio, han logrado que el sector eólico español se haya convertido en uno de los más potentes e innovadores del mundo. La inversión en I+D alcanza el 7,25%, muy superior a la media nacional, y España ocupa el sexto puesto mundial y tercero de Europa en solicitud de patentes eólicas.

Y la demanda global crece año tras año: la imperiosa necesidad de frenar el cambio climático, sustituyendo las fuentes de energía procedentes de combustibles fósiles por energías limpias y renovables, y la constante mejora de la tecnología de aerogeneración han impulsado un gran crecimiento mundial del sector. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) prevé que en 2021 el 28% de la demanda energética mundial se cubrirá con energías renovables.

Entre ellas, la obtenida del viento es la número uno y satisface ya el 5% de la demanda eléctrica mundial. Actualmente, según el Consejo Mundial de Energía Eólica, la potencia global instalada supera el medio millón de megavatios; solo en 2017, se incrementó en 52.573 megavatios, el tercer mayor aumento desde al año récord de 2014. A nivel europeo, la eólica suministra ya el 12% de la electricidad del continente, y un tercio de ella se produjo en España.

Impacto económico

De acuerdo a los datos de AEE, la principal asociación nacional del sector eólico, en 2018 este aportó 3.394,7 millones de euros al Producto Interior Bruto español, un 0,31%, entre contribución directa e indirecta, y empleó a 22.578 personas. Compuesto por más de dos centenares de empresas, presentes en más de 35 países, el sector eólico español abarca todos los eslabones de la cadena de valor: desde la fabricación de equipos –hay 207 centros de fabricación en 16 de las 17 comunidades autónomas– hasta la instalación, la puesta en servicio y el mantenimiento. Destaca la intensa actividad exportadora, que en 2018 sumó 2.391 millones de euros: España es el cuarto exportador del mundo de aerogeneradores, solo superado por China, Dinamarca y Alemania.

Limpia… pero no inocua

A pesar de tratarse de una energía “limpia” su producción no está exenta de impactos ambientales. De hecho, para instalar un parque eólico se requiere una Declaración de Impacto Ambiental favorable por parte de la administración, que no siempre se obtiene.

Por una parte, el empleo de energía eólica permite reducir las emisiones contaminantes –25 millones de toneladas de CO2 en 2018, según la Asociación Eólica Española, AEE– al tiempo que ahorrar el coste que supondría el adquirir combustibles fósiles (1.506 millones de euros, lo que hubieran costado los 9,2 millones de toneladas de petróleo equivalentes).

Por otro lado, los parques eólicos provocan diferentes tipos de afecciones al medio ambiente. Las más importantes son: el impacto paisajístico por las características de las instalaciones (maquinaria en altura, ubicaciones elevadas, gran número de equipos); el acústico (generación de ruido), la alteración de los suelos, y sobre todo, la mortandad de aves y murciélagos, que impactan contra las aspas de los aerogeneradores. Las organizaciones ecologistas denuncian estos impactos mientras que la industria propone aerogeneradores más potentes –con lo que se podría reducir su número– e incluso sin aspas, como el que está desarrollando una pequeña empresa española ubicada en Ávila.

El reto de los parques marinos

Existen dos tipos de parques eólicos, según su ubicación: terrestres (inshore) y marinos (offshore) Estos últimos generan más energía (los vientos son más fuertes y constantes) pero su coste de instalación es entre un 30 y un 50% superior al de un parque terrestre.

En España, por ahora, tan solo opera, en fase de prototipo, una instalación offshore: un aerogenerador llamado Elisa, con 5 megavatios de potencia, situado en Gran Canaria, que empezó a producir electricidad en abril de 2019. Hay un motivo de peso para este escaso desarrollo: el litoral español es demasiado abrupto y profundo; no hay plataforma continental como sí ocurre en las costas de otros países, como Reino Unido, Alemania, Dinamarca o Suecia. Sin embargo, las empresas españolas son líderes en tecnología de parques eólicos marinos.