Tras la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica a través del Estrecho de Gibraltar, en el año 711, se inició un largo periodo de casi ocho siglos conocido como la ‘Reconquista’, durante el que los reinos cristianos fueron avanzando de norte a sur, ganando lentamente terreno. La etapa termina con la victoria de los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, sobre el último baluarte musulmán, el reino de Granada, en 1492, fecha del Descubrimiento de América, que pone fin a la Edad Media y marca el inicio de la Edad Moderna. Hasta ese momento, y a partir del siglo VII, el avance de los primitivos reinos peninsulares, iniciado en lo que hoy es Asturias, dejó su huella en forma de múltiples edificaciones con fines defensivos o de vigilancia: torres, murallas, ciudadelas y, sobre todo, castillos.

Entretanto, los musulmanes también construyeron sus propios palacios, como el alcázar de Sevilla (siglo X), o la Aljafería de Zaragoza, del siglo XI. Entre las fortificaciones destacan las alcazabas o ciudadelas amuralladas, equipadas tanto para uso residencial como defensivo, y situadas en núcleos urbanos, como las de Almería, Mérida, Tarifa, Badajoz, Málaga o Calatrava la Vieja, en Ciudad Real.

Todos los castillos, con independencia de su estado de conservación, están protegidos por el Estado bajo la Ley de Patrimonio Histórico para impedir su destrucción

En el contexto medieval, con una sociedad rural estructurada en señoríos y con monarquías aún incipientes, el castillo, a menudo edificado sobre antiguos fuertes romanos, era el refugio de nobles y campesinos ante los largos asedios. La aparición de las armas de fuego de largo alcance, a partir de mediados del siglo XV, transformó por completo las tácticas y estrategias militares y los castillos perdieron su función inicial.

Los elementos arquitectónicos más característicos de un castillo medieval son: la ubicación en un punto elevado del terreno; un recinto amurallado con patio de armas, alojamientos, establos, aljibes y otras dependencias; y la torre del homenaje, de la que carecen los fuertes islámicos. Un vistoso ejemplo es la del castillo de la Mota, en Valladolid, de 40 metros de altura, o las del castillo morisco de Burgalimar, en Baños de la Encina (Jaén), añadidas por los cristianos tras la toma de la plaza, a principios del siglo XIII.

Los castillos peninsulares solían contar también con un foso (Castillo de Coca, Segovia); puertas protegidas con refuerzos metálicos, rastrillos, barbacanas o antemuros y puentes levadizos. Los muros y torres disponen de almenas para los arqueros y otros elementos defensivos como los matacanes (salientes en los muros para dar ventaja a los defensores).

La importancia de estas construcciones es tal que dieron su nombre a uno de los antiguos reinos cristianos, la Corona de Castilla, a las actuales comunidades autónomas de Castilla y León y Castilla-La Mancha, y a la ciudad y provincia de Castellón. Numerosas poblaciones incorporan hoy la denominación ‘castillo’ en sus topónimos, o bien alguno relacionado –como torre, torrejón, etc.– o sus versiones árabes: alcalá, alcázar, alcocer, etc. Algo similar ocurre con el apellido ‘Castillo’, que en España ocupa el número 44 entre los 100 más usuales, según el Instituto Nacional de Estadística.

A diferencia de muchos castillos centroeuropeos, propiedad de los señores feudales, en la Península la propiedad de los castillos en la Edad Media solía ser de la Corona, que los ponía bajo la autoridad de un alcaide. A partir de los siglos XV y XVI los monarcas encomendaron su defensa a familias nobles (Manzanares el Real, Madrid) o a órdenes militares, como los caballeros de San Juan (Peñarroya en Argamasilla de Alba, Ciudad Real; Consuegra, en Toledo) o la Orden del Temple (castillo de Ponferrada, en León) que construyó a su vez el castillo de Peñíscola, en Castellón.

Castillos auténticos…

Los principales rasgos diferenciadores que distinguen a un genuino castillo medieval de otras grandes construcciones palaciegas son dos, según los expertos: su finalidad militar, que condiciona su diseño y ubicación, y que el origen de su construcción se sitúe entre los siglos VIII y XVI. Así, por ejemplo, los define la Asociación para la Recuperación de los Castillos en Aragón (ARCA), que considera que, a partir del Renacimiento, muchas construcciones deben ser denominadas “fuertes” o palacios, pero no estrictamente castillos. Lo cierto es que, a falta de cifras oficiales, según el inventario de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, en España hay actualmente unas 20.000 construcciones de uno u otro tipo, en todos los estados de conservación. De ellas, se estima que unas 2.600 son castillos medievales.  Entre los que mejor conservan sus estructuras originales destacan los de Gormaz, en Soria, de estilo árabe, con el mayor perímetro amurallado de Europa; Consuegra, en Toledo, de estilo románico (siglo XII) o Manzanares el Real, en Madrid, iniciado en el siglo XV.

...y no tanto

La fascinación que despiertan los castillos medievales se refleja en algunas construcciones (o reconstrucciones) contemporáneas que los imitan. En el siglo XIX, el romanticismo puso de moda lo medieval; así, se edificaron los castillos de Bendinat en Calviá (Mallorca), de estilo neogótico; o el de Láchar, en Granada. Más modernos aún son los de San José de Valderas, en Alcorcón (Madrid), de principios del siglo XX, o el de Cebolleros, en Burgos, construido artesanalmente desde finales de 1978 por un particular, de manera similar al de la catedral de Mejorada del Campo, en Madrid. Otros son fruto de reconstrucciones de castillos auténticos hechas sin rigor histórico o añadiendo elementos arquitectónicos y decorativos de otras épocas, países o estilos, con resultados estéticos variables (castillos de Butrón, en Gatica, Vizcaya; y Olite, en Navarra, entre otros).