España exportó en 2017 más de 12,5 millones de toneladas de frutas y hortalizas, según datos de la Dirección General de Aduanas del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad. El 94% del total tuvo como destino Europa, si bien la exportación a países extracomunitarios aumentó en volumen, en especial a Brasil, Marruecos y Emiratos Árabes Unidos, entre un 2 y un 5%.

Y es que España, junto con EE. UU. y China, se sitúa entre los cinco países que lideran la exportación mundial de vegetales: según las estadísticas de Naciones Unidas de 2016, fue el segundo en frutas, tras EE. UU., y el cuarto en hortalizas, después de China, Holanda y México.

Por productos, en frutas, los cítricos son los cultivos que ocupan mayor superficie en el país y también los más exportados, sobre todo naranjas, mandarinas y limones. A continuación, la fresa y las frutas de hueso, como nectarinas, melocotones y albaricoques, segmento en el que España está en el número uno mundial en ventas al exterior. Sandías y melones siguen en la lista con importantes aumentos en volumen y valor en los últimos años, al igual que los frutos rojos, como frambuesas y arándanos.

En lo que se refiere a hortalizas, los tomates y los pimientos encabezan las ventas al exterior. Dentro de la Unión Europea, Alemania es el principal cliente: de las 3,2 millones de toneladas de productos hortofrutícolas que compró a España en 2016, más de 477.000 eran de estos dos vegetales, además de coles y pepinos. En el conjunto de las ventas totales, siguen las lechugas, calabacines y ajos.

Para la economía española el subsector hortofrutícola- concentrado principalmente en regiones como Andalucía, Valencia y Murcia- es el más importante de la agricultura. De acuerdo a los datos del Ministerio de Agricultura, genera 230.000 empleos directos- el 24% del total del sector- y otros 100.000 indirectos, sobre todo en manipulación y envasado. Los campos españoles producen cada año más de 24 millones de toneladas de frutas y verduras, de las que el 54% corresponde a hortalizas, el 24% a cítricos, el 11% a frutales no cítricos, el 9% a patata y el 2% a frutos de cáscara. Cerca de la mitad de todo lo que se produce se vende al exterior.

España, junto con EE. UU., China, Holanda y México, se sitúa entre los cinco países que lideran la exportación mundial de vegetales

Oro negro… y no es petróleo

Uno de los cultivos más complejos, y por lo mismo, más rentables, en el que en pocos años España ha escalado a los primeros puestos mundiales es el de la trufa negra o Tuber Melanosporum. Las plantaciones de Soria y Teruel han logrado producciones tan abundantes –aunque  variables en función de factores climáticos y otros– desde los años 70 que España ha desbancado a Francia, con cosechas de gran calidad y a precios inferiores al país vecino. Este hongo originario de Europa está considerado una exquisitez culinaria cada vez más demandada en alta cocina, por lo que las piezas en fresco se venden o subastan alcanzando precios astronómicos. También se comercializa envasada al vacío y como parte de otros productos: aceites, mieles, etc.

La dificultad para obtener trufa negra –la blanca no se ha logrado cultivar– radica en que solo crece en simbiosis en las raíces de ciertos árboles, principalmente especies leñosas como robles, encinas y avellanos. Para su cultivo se requieren plazos largos de crecimiento y maduración del simbionte (la pareja planta-hongo) y unos suelos calcáreos. Además, los terrenos donde se sitúan los árboles deben estar completamente limpios de otros hongos y bacterias, por lo que deben limpiarse a fondo antes de iniciar las plantaciones, que además tienen una vida limitada: se agotan tras 20 o 30 años de producción.

En España, los cultivos de trufa negra más importantes se sitúan en las provincias de Teruel (concretamente en la comarca de Gúdar-Javalambre, en localidades como Sarrión) en Soria, y en el noroeste de Castellón, donde se ubica la comarca del Alto Maestrazgo y la población de Benassal. El éxito de estas plantaciones, iniciadas en los años 70, se basa en una intensa labor de I+D agroforestal, que ha logrado sacar partido a las adecuadas condiciones del suelo y el clima de estas comarcas, mientras que en el resto del mundo el cambio climático y la sobreexplotación han hecho caer en picado la producción silvestre.

Aunque lejos de las cifras millonarias que alcanzan los precios de las trufas, otro delicatessen vegetal en pleno auge es la castaña española (Castanea sativa). Unas 3.500 toneladas de este fruto seco salen cada año a distintos puntos del planeta, distribuyéndose en más de 60 países. La principal región productora es Galicia, seguida a distancia por el norte de León (comarca de El Bierzo).

Huellas de la historia

La historia y la política han dejado su huella en la agricultura española desde la Antigüedad. Así por ejemplo, los romanos introdujeron algunos cultivos intensivos –como el olivo y otros– con el fin de pacificar a algunas tribus ibéricas nómadas haciéndolas sedentarias, y extendieron otros como las coles. Por su parte, los árabes, a partir de su llegada a la península desde el norte de África a partir del 711, introdujeron nuevos cultivos como las naranjas, que hoy son las estrellas de las exportaciones españolas hortofrutícolas.

La berenjena y el ajo tenían una gran presencia en la cocina de los sefardíes (judíos españoles), que vivieron en lo que hoy es España desde antes de la llegada de los musulmanes hasta su expulsión por los Reyes Católicos en 1492. Desde esta fecha, tras el descubrimiento de América por Colón, llegaron nuevos vegetales del ‘Nuevo Mundo’, como la patata, el maíz, el pimiento y el tomate, que en realidad es un fruto y no una hortaliza. Hoy España es el segundo productor de tomate de la Unión Europea tras Italia y el noveno del mundo, según datos de la FAO, y ha obtenido por selección artificial (no transgénica) variedades propias como el RAF (siglas de “Resistente Al Fusarium”, un hongo tóxico) o el Kumato.